En el año 1600 William Gilbert inició el camino del estudio y la investigación de la Electricidad. Un trabajo inacabado y que todavía hoy persiste. Su origen nace  en la expresión de la naturaleza atmosférica y su observación mineralógica.

 

El ámbar, mineral conocido por los antiguos, fue uno de los primeros referentes hacia esta fuerza natural desconocida, que mostraba sus encantadores poderes cuando ciertos elementos se postraban a su alrededor. Sin embargo, más espectacular resultaba aquellos conflictos de la propia naturaleza que despedían luz y sonido sobre todo lo que bajo ellos existía.

El Rayo o el Efecto Corona – conocido en lejanas épocas como Los Fuegos de San Elmo (o San Telmo) – atormentaban a los antiguos pobladores por su desconocimiento y la expresión de sus grandes poderes. Siempre estuvieron presentes y a nuestro alcance su entendimiento, pero el ser humano necesitaba emplear algo más que meras observaciones, para dotar de concepto científico y racional a estos y otros muchos fenómenos eléctricos naturales. Expirando al fin los conceptos místicos que hasta el momento habían dado razón de la creación de estos fenómenos.

Finalmente el ser científico se hace hueco y destruye el lazo que unía los procesos de la naturaleza con explicaciones puramente divinas y supersticiosas y busca en la razón de la ciencia su existencia

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